Capítulo 29

Laura pasaba la mayor parte del día, del sofá a la cama y de la cama al sofá. Su madre que por una vez esperaba que fuera un apoyo para ella, lo único que hacía es reprocharle su actitud y decirle que le ayudara a limpiar y organizar las cosas de la casa, sin preocuparse lo más mínimo por su estado de salud. Una salud (tanto mental como física) que cada día se resquebrajaba un poco más.

Laura no tenía fuerzas para discutir con su madre y realizaba los quehaceres del hogar que Lucia le mandaba e intentaba sobrellevarlo todo lo mejor que podía. Su madre siempre había sido una mujer muy testadura y llevarle la contraria solo le traería más problemas y no podía permitirse eso, porque si no iba a acabar encerrada en un psiquiátrico —pensaba.

Fueron pasando los días y se fue encontrado un poco mejor de la gripe, pero sus pensamientos estaban aún en esa casa con Javier, en todo lo que había sufrido, en la mala suerte que siempre había tenido en su vida… Pocos momentos de luz vislumbraba, así que no pudo más y se derrumbó, sus lagrimas no paraban de recorrer sus rojas mejillas una vez más; estaba llegando a un punto de saturación en el que su cabeza iba a explotar. Entonces, como si de un milagro se tratara se acordó de una compañera del colegio que le habían comentado que hoy en día era una de las mejores psicólogas de todo Madrid, a lo mejor, si la llamaba, ella podía ayudarle y podía salir de ese pozo donde estaba metida, aunque a ella nunca le habían gustado muchos los psicólogos, porque pensaba que sólo eran “unos saca cuartos», ¿pero que tenía que perder?; se encontraba sola con una madre que no le apoyaba en nada y un amigo al que no podía ver, porque sino Javier más tarde o más temprano la encontraría y su padre, el único de la familia que podía un poco entenderle estaba muy lejos de allí. Así, que buscó su nombre en el buscador de Google y la encontró. Un atisbo de esperanza volvió aparecer en ella.

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